la fotocopia feliz del edén

Aquí estamos. Bienvenidos. La idea es simple. Los autores de este sitio nos paseamos por la vida viendo lo que todos ven. Tenemos la suerte o la virtud o la obligación de registrar eso que nos asalta la vista. Lo hacemos con un lente o lo hacemos escribiendo. Dejamos el producto de nuestra exploración aquí expuesto. Ya sea que te guste o no lo que ves, gracias por la visita. Las fotos se irán rotando arbitrariamente según el criterio del selecto equipo. Mirar es ahora o nunca.

28 septiembre, 2005


¿Nos peleamos el cielo o el pavimento con estas pájaras? ¿Quién huirá más lejos con su aleteo? El anciano ya no quiere más guerra y hace que las palomas se retiren a mendigar migajas a otra estación, porque resulta que en esta ya estamos demasiado estrechos.

Dicen que es la primavera, pero el día está tan gris como estas plumas. En el silencio de la foto, el total de lo mostrado es como una danza congelada. Allí, cada uno busca la eternidad de un sobrevuelo o algo así. No nos da para otra altura. Por un lado están las escaleras que nos llevan hacia el túnel. Por todos los otros costados los edificios frenan la timidez de la luz solar que no sabe llegar. Pero si corres un par de cuadras, quién sabe, las palomas y los ancianos logran compartir su metro cuadrado. Mientras eso pase, guarda tu pan y tus monedas. No saludes más que a los muy conocidos. Deja que este invierno pase sólo. Ya se viene un solsticio menos mula que este.

Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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21 septiembre, 2005


La mirada de la fe busca al confesor. Pero un ángel de piedra vigila como si mirase al cielo. Está pendiente del pecado que viene y hace una paciente fila para contar el detalle de lo cometido.

Por otra lado alguno busca muy lejos, con los ojos cerrados, un pequeño alivio para el dolor de hoy.

Estos son los pasadizos de la fe en el centro de la patria. Hay andamios invisibles que sostienen la estructura. Afuera de los portalones de la iglesia todo el mundo corre, juntándose y disgregándose según sea el sol que azote las veredas.

Adentro todo pasa como si nada. Las estatuas impávidas no pueden mover un dedo para nuestra salvación. Pero los corazones extraviados se ponen a latir en un unísono que hace un rato desconocían. Eso ya es algo.

¿Quién escuchará esta luz? ¿Miente más el que responde o el que lanza las preguntas?
Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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20 septiembre, 2005


La imagen se arma sola. Somos bailarines de una coreografía implacable que nos arrastra como ventarrón. A veces el ojo se detiene aquí o allá, y sólo quedan los silencios.

Antes de publicar la imagen alguno la vio y dijo, en tono irónico: “el viejo millonario”. ¿Es este el tipo de cosas que deben ser mostradas?

Nunca se sabrá. Simplemente las piezas están allí, armándose un juego en que una sonrisa choca de frente con una mirada perdida. Los ojos del viejo miran en la dirección en que no viene la micro que te salvará de ver esto.

¿Entonces qué es mejor? ¿Otra sonrisa? La chica del aviso nos la brinda, con un cuarenta y cinco por ciento de descuento. De medio lado. Como huyendo.

Todo esto sucedió en otro día. Estaba nublado. Entre medio pasó de todo. EL viejo millonario caminó un par de mundos. Sus bolsas se vaciaron y se volvieron a llenar con aire sucio de ciudad.

Luego llegó el sol, como si fuese primavera. Y esa luz poderosa destiñó un par de tonos la tinta de la publicidad. El viejo millonario se sienta donde puede, donde lo pilla el cansancio, sin mirar nada más que lo que observa siempre: algo lejano, muy lejano. Nosotros no lo vemos. Además, da lo mismo: es sólo un instante. La imagen se arma sola. Somos bailarines de una coreografía implacable que nos arrastra como ventarrón. A veces el ojo se detiene aquí o allá, y sólo quedan los silencios.

Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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14 septiembre, 2005


Para sentar a leerse el futuro, cualquier Cordillera sirve. No se cruce nadie. No interrumpan. El futuro está escrito a sus espaldas. Por enfrente, el mar es un chiste privado. Hacia atrás todo cae y se salva. Se ve que tantos caminaron en subida o hacia abajo, y que el tiempo que los trajo es el mismo que se los llevó. Compatriotas que caminan a tientas en estos días fríos. No hay soledad, sólo un minuto en que la luz golpea y huye hacia otro cielo. Después, las micros tapan la mirada, y hay que seguir el trámite hasta que se haga de noche. Huyan a perderse con su apuro triste bajo el brazo. Aquí, precisamente al borde de la trepada, alguien sigue leyendo su futuro en letras medio borradas por la lluvia y por la sal.

Fotografía: Fernando Fiedler
Texto: Pablo Padilla
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09 septiembre, 2005


Entonces Fernando me muestra sus fotos y me dice que escriba algo. Yo ando volando bajo y para sacarme los pillos le muestro un texto antiguo que tengo por ahí y que se llama “matando chanchos”. Él me aclara que son vacas. Claro que me doy cuenta. Vacas, chanchos, todos animales muertos, luego devorados por humanos demasiado vivos.

A veces, por las mañanas, paso cerca del matadero. Envuelto en los vapores que emiten sus chimeneas, junto a los tubos de otras fábricas cercanas, el penetrante olor es su llamada más fuerte. La carretera se alarga desde y hacia el matadero. Animales desguazados, eso es lo que hay. Curtiembres, frigoríficos. Al oeste, muy al oeste, el mar, el mal aroma se disipa.
Hacia el otro lado, la cordillera apenas se ve entre las brumas.

Adentro de la factoría, las vacas avanzan, colgadas de una máquina eficiente.

El blanco y negro ahorra sangre y, por lo tanto, malos ratos para el que vea estos pixeles. La imagen congelada guarda silencio. Las vacas ya están muertas en esta parte del proceso. Sólo se escucha un enorme ronroneo mecánico.

No soy especialmente defensor de los animales. ¿Será ese el punto? El humano come, come sin parar, come sin tregua, devora y tiene cada vez más hambre. Nos comemos un mundo, un planeta al día. Nos comemos entre nosotros. Las vacas siguen su danza directo al plato. El almuerzo está servido. Pasen a comer.

Fotografía: Fernando Fiedler
Texto: Pablo Padilla
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08 septiembre, 2005


¿Tú te fijas en la piel y su color? ¿La curiosidad de tu mirar se detiene en la textura, el brillo de ese color falso y su mensaje arterial?

¿O quizás miras lo que esos otros ojos fijos miran, y buscas más allá de ti lo que te pueda detener la caminada?

¿Cuál es el apuro? ¿Hay algo allá adelante que convoque más que la sinuosidad del gesto este? ¿Te persiguen o persigues?

¿Es que has visto demasiado, y no hay comarcas ni conciudadanos que te logren despertar el miedo, la sed, la rabia, lo que sea?

¿Buscas otra estatua que viva de tu gentil cooperación?

Mientras me respondes, yo cuento las monedas en silencio. Ya sé qué hacer con ellas.

Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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07 septiembre, 2005


Ella baila así, para la indiferencia de unos cuantos.
Quizás todo debiera ser un poco más alegre en estos sitios, o es que la música cubre las educadas risas de los invitados.
Protegida por ochenta velas se mueve en el fervor de sus ojos cerrados.
Ella es parte del festín. No hay más que silencio para sus pies. ¿Quién vendrá a sentir la concentración de sus pasos sobre el agua?
No le abran los ojos. No esquiven sus brazadas en el aire. Ella nada mientras los comensales, invisibles en algún lugar de allí, apenas flotan: esperan un trasatlántico que se hundirá mañana.
En ese día ella seguirá bailando como si nada, pero esto sucederá en otro cielo.
Hoy es hoy: alguien retira las flores de las mesas y la botan por ahí. Silenciosos empleados sacan la huella de todas las pisadas con aspiradoras a prueba de balas. Las cortinas se abren para que entre la luz del mundo, que es más oscura que la propia noche.
Capturada por la pantalla, la bailarina se deja reflejar en un espejo que desfigura su minuto. Uno busca los detalles. Un mundo inmóvil; su centro se agita y late. Ella baila y respira con su paz salvada de la devastación más elegante.¿Por dónde se sale de aquí?

Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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06 septiembre, 2005



Es cosa tuya si no quieres mirar al divino anticristo este. Él sigue allí como si nada. Tu te lo pierdes.
Te pierdes su voz grave, su preciso hablar.
Te pierdes el verbo de su fotocopia feliz que entrega sin pedir media moneda a cambio.
Te pierdes de comprarle alguna de las cosas que rescata en su carrito-platívolo de supermercado abandonado.
Mientras nada sucede, él sigue su paseo intransigente por la ciudad que tú también caminas.
Que mañana salga el sol por donde mismo. Confórmate con eso. Lo demás está por verse.Las imágenes no dejan de mirarte, mientras miras para el lado.

Fotografía: Fernando Fiedler
Texto: Pablo Padilla
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Decir que “sobran las palabras” es repetir un lugar común que sólo esconde el silencio ante lo mostrado, luego la indiferencia, luego el olvido.
En fin. Cada foto es una historia, y la historia no siempre sale en el encuadre.
El autor de esta primera imagen, mientras enfocaba, era observado por un señor muy bien vestido, con un libro en la mano. Este se acercó y lo felicitó por registrar la realidad de un país que va por la vida como “triunfador” y que aún esconde su dura realidad. La conversación entre el reportero y el señor se prolongó por un par de cuadras. Este mostró ser bastante educado y culto, con una visión de mundo que iba más allá del simple lamento por las cosas que pasan.
El fotógrafo le comentó acerca de este blog, y que la foto tomada era la primera que sería publicada. El señor bien vestido alabó la iniciativa.
Cuando se despedían, el hombre le confesó al fotógrafo que estaba en las últimas, de pura necesidad económica, y le dijo si quería comprarle el libro que tenía.
Sopló una brisa casi tibia; Santiago parecía al borde de cambiar de luz, como un falso anuncio de atardecer. Después de un breve silencio para pensar, el fotógrafo accedió.
Negociaron un poco, ya que andaba con casi nada de plata. El trato se cerró en luca y media. Se intercambiaron el libro y el dinero. Se despidieron cordialmente de la mano y partieron cada uno hacia su circunstancia. Fin de la historia.
(El libro se llama “Aforismos”, de Georg Chirstoph Lichtenberg. Aquí les va una las sentencias contenidas, elegida al azar: ‘Para escribir con sensibilidad hace falta algo más que lágrimas y un claro de luna’)

Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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