la fotocopia feliz del edén

Aquí estamos. Bienvenidos. La idea es simple. Los autores de este sitio nos paseamos por la vida viendo lo que todos ven. Tenemos la suerte o la virtud o la obligación de registrar eso que nos asalta la vista. Lo hacemos con un lente o lo hacemos escribiendo. Dejamos el producto de nuestra exploración aquí expuesto. Ya sea que te guste o no lo que ves, gracias por la visita. Las fotos se irán rotando arbitrariamente según el criterio del selecto equipo. Mirar es ahora o nunca.

31 mayo, 2007


La mujer viene y se desnuda ante la vida. Se desnuda ante su vida. Ante nuestra vida se desnuda. Entonces pasa algo que viene desde lo muy hondo, algo que vence al frío seco del otoño. Algo que no terminaremos de entender. La locura sin ropaje de esta dama tiene todo para sorprender o para llamar a la risa fácil, pero eso no basta para comprender su flagrante desnudez.
Vengan a ver. El macho policía no se atreve a mirar, por eso busca en el horizonte algo que cubra la piel ante sus ojos. La hembra policía le explica con el dedo levantado el contexto legal y toda la parafernalia de decretos que no cubrirán a esta despellejada. Y el día es tan helado. Cada día de estos sigue tan helado.


Fotografía: Fernando Fiedler

Texto: Pablo Padilla

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30 mayo, 2007




Cruzando la jaula que une ambos lados de esta multitudinaria soledad, el niño viene y descubre el cielo más allá de los metales. Para la madre, para cada adulto es simple: sólo se trata de seguir en marcha, hasta la otra orilla, de ida o de vuelta, da o mismo. Mientras, el niño insiste en apuntar con el dedo hacia arriba. Algún día se convencerá de mirar recto y adelante para seguir en marcha de una vereda a otra, nada más. Y quizás si entonces su hijo apunte hacia arriba, desde la dudosa protección de una jaula oxidada. Y quizás aún quede algo de cielo.



Fotografía: Fernando Fiedler
Texto: Pablo Padilla
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Las frutas fumigadas y prohibidas se enfocan en el pasado mañana de un viaje que las llevará a saciar otras hambres. Desde abajo, la tentación de su fibra y su jugo se diluye entre avionetas que sobrevuelan los cultivos mientras las temporeras ven su propio tiempo deshojándose. A cada quien su propia rama. Lo dulce, lo amargo y lo ácido se confunden en una mañana de sol dudoso. La fruta vuela y vuela, mientras uno se sienta a recordar cómo eran los damascos del pasado, los insobornables duraznos de la niñez, todo lejos, todo en movimiento, todo perdiéndose en el horizonte.

Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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08 mayo, 2007


Los paseantes de los alrededores no logran alterar esta siesta paria. El peso del mundo vence a los que limpian las calles meticulosamente ensuciadas por sus compatriotas. Vence a los que podan, pulen, riegan, enceran, limpian o trapean. El sueño los pilla de improviso en cualquier pausa de su tarea. Mientras duermen, sueñan con cifras que dicen que su paísito, este mismo, crece y crece. Y cuando despierta, se sacude un poco las briznas de hierba de su pelo, se restriega los ojos, mira un poco y reconoce el paisaje. Verifica que nada ha crecido, todo sigue allí, del mismo tamaño de cuando se durmió: los edificios, las monedas de sus bolsillos, la gente que pasa a su lado ignorándolo y botando papeles. ¿Crecimiento? ¡Sueños, sólo sueños!


Fotografía: Julio Castro

Texto: Pablo Padilla

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