la fotocopia feliz del edén

Aquí estamos. Bienvenidos. La idea es simple. Los autores de este sitio nos paseamos por la vida viendo lo que todos ven. Tenemos la suerte o la virtud o la obligación de registrar eso que nos asalta la vista. Lo hacemos con un lente o lo hacemos escribiendo. Dejamos el producto de nuestra exploración aquí expuesto. Ya sea que te guste o no lo que ves, gracias por la visita. Las fotos se irán rotando arbitrariamente según el criterio del selecto equipo. Mirar es ahora o nunca.

26 abril, 2006


Viene de nuestro estático lugar de observadores. Va hacia delante, buscando allá algún otro barrio mejor enfocado que este.

Las manos en los bolsillos son señal de que no hay nada que llevar. O será un gesto autómata de desocupado. O será el simple e implacable frío de Lota.

Luego, el camino baja y baja, hasta un mar bravo donde zozobran las miradas.
En el trayecto, antes de perderse en una de esas nieblas, se sacará el sombrero y saludará a las amistades que se asomen por su ventanal.


Fotografía: Julio Castro
Texto:Pablo Padilla
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Nos parece que el policía de atrás mira a través de sus lentes hacia algún otro tiempo, de vidrios oscuros y no demasiada luz.

A su derecha, otro agente, de vista descubierta, mira desconfiado al fotógrafo, te mira a ti, que miras a su vez, la escena.

Los ojos indios esos se pierden en el horizonte lejos. Hacia él apuntan sus puños cerrados. Su gesto es el de quien espera las esposas, o de quien quiere dejarlas.

En ninguna de estas caras cabe una sonrisa.
¿Apuntan sus puños hacia el sur? ¿El mismo sur donde unos hermanos se dejan morir en huelga de hambre, buscando conquistar unos derechos que parecen no importarnos?

Fotografía: Julio Castro
Texto:Pablo Padilla
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12 abril, 2006


Aquí vamos, borrosos y apurados, como huyendo de esa cara que nos busca en el espejo. Allá adelante los túneles tragan y tragan, sin tregua, gente como nosotros.

Es la hora del atraso en todo el planeta. Corremos tan rápido que los colores se nos quedaron atrás y arriba, en el rojo del semáforo que no pudo detenernos.

Es de noche o es de día, da lo mismo. La prisa es una sola, y tenemos que vivirla en este mismísimo instante.

En otros mundos se levanta un sol, se congela una luna, flamean banderas o arden paraísos. En otros mundos hay gente que se salva y que se pierde para luego aparecer a la vuelta de su esquina.

Acá no, y los espejos mienten, la mirada miente, todo miente: ya no estamos en ese reflejo, así que no nos busques.

Fotografía: Fernando Fiedler
Texto: Pablo Padilla
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11 abril, 2006


¿Qué tal si vamos todos y nos carcajeamos al unísono, haciendo que la felicidad pintarrajeada de estos dos se pierda en un océano de risas?

Pero entonces el otoño no hace más que agigantarse, y se lleva los colores a su subterráneo. Es engañoso, y nos distrae con una luz filtrada y cegadora para que nos perdamos al andar por estas avenidas.

De repente, entre el resplandor, se nos aparece el par de tonys. ¿Qué hay, entonces, qué hay que hacer? ¿Pasar de largo? ¿Devolverles la sonrisa? ¿Comprar esa alegría aunque sea breve y luego se nos escape igual?

La foto ha sido tomada.

Se guarda en la memoria, para cuando nos haga falta.

Fotografía: Fernando Fiedler
Texto: Pablo Padilla
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05 abril, 2006


Cuando pulso la tecla que dice “home” en mi teclado, el despliegue de la pantalla se desplaza hacia arriba, pero no lo suficiente como para ocultar el rostro de esta mujer.

Quizás es mucho más fácil para los transeúntes que pasan por su lado, escondidos en un apuro que los lleva de un lado al otro, saltándose en el viaje los hoyos de la calle, los mendigos, la Biblioteca Nacional, el cielo, la tierra, un largo etcétera de hambre desperdigada por la pantalla, perdón, por la ciudad, perdón, por la vida mismísima.

Ella, a su vez, tampoco quiere ver ni vernos, y se duerme a lo mejor detrás de sus lentes de sol. Quienes mantienen la vista fija en lo que viene son la muñeca, (algo enojada), y el Cristo luminoso que pareciera contar las monedas del vasito plástico.
Aquí, en esta foto, nadie es capaz de mirar directo a los ojos del observador. Por eso uno puede fácilmente desviar la mirada, o distraerse apretando inútilmente la tecla “home”, que, pese a todo, no lleva a nadie de regreso a hogar alguno, ni a quien mira, ni a la mujer que sigue allí, al crudo sol de su abandono.

Fotografía: Julio Castro
Texto:Pablo Padilla
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