
Cuando pulso la tecla que dice “home” en mi teclado, el despliegue de la pantalla se desplaza hacia arriba, pero no lo suficiente como para ocultar el rostro de esta mujer.
Quizás es mucho más fácil para los transeúntes que pasan por su lado, escondidos en un apuro que los lleva de un lado al otro, saltándose en el viaje los hoyos de la calle, los mendigos, la Biblioteca Nacional, el cielo, la tierra, un largo etcétera de hambre desperdigada por la pantalla, perdón, por la ciudad, perdón, por la vida mismísima.
Ella, a su vez, tampoco quiere ver ni vernos, y se duerme a lo mejor detrás de sus lentes de sol. Quienes mantienen la vista fija en lo que viene son la muñeca, (algo enojada), y el Cristo luminoso que pareciera contar las monedas del vasito plástico.
Aquí, en esta foto, nadie es capaz de mirar directo a los ojos del observador. Por eso uno puede fácilmente desviar la mirada, o distraerse apretando inútilmente la tecla “home”, que, pese a todo, no lleva a nadie de regreso a hogar alguno, ni a quien mira, ni a la mujer que sigue allí, al crudo sol de su abandono.
Fotografía: Julio Castro
Texto:Pablo Padilla
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