Las frutas fumigadas y prohibidas se enfocan en el pasado mañana de un viaje que las llevará a saciar otras hambres. Desde abajo, la tentación de su fibra y su jugo se diluye entre avionetas que sobrevuelan los cultivos mientras las temporeras ven su propio tiempo deshojándose. A cada quien su propia rama. Lo dulce, lo amargo y lo ácido se confunden en una mañana de sol dudoso. La fruta vuela y vuela, mientras uno se sienta a recordar cómo eran los damascos del pasado, los insobornables duraznos de la niñez, todo lejos, todo en movimiento, todo perdiéndose en el horizonte.
Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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