
La imagen se arma sola. Somos bailarines de una coreografía implacable que nos arrastra como ventarrón. A veces el ojo se detiene aquí o allá, y sólo quedan los silencios.
Antes de publicar la imagen alguno la vio y dijo, en tono irónico: “el viejo millonario”. ¿Es este el tipo de cosas que deben ser mostradas?
Nunca se sabrá. Simplemente las piezas están allí, armándose un juego en que una sonrisa choca de frente con una mirada perdida. Los ojos del viejo miran en la dirección en que no viene la micro que te salvará de ver esto.
¿Entonces qué es mejor? ¿Otra sonrisa? La chica del aviso nos la brinda, con un cuarenta y cinco por ciento de descuento. De medio lado. Como huyendo.
Todo esto sucedió en otro día. Estaba nublado. Entre medio pasó de todo. EL viejo millonario caminó un par de mundos. Sus bolsas se vaciaron y se volvieron a llenar con aire sucio de ciudad.
Luego llegó el sol, como si fuese primavera. Y esa luz poderosa destiñó un par de tonos la tinta de la publicidad. El viejo millonario se sienta donde puede, donde lo pilla el cansancio, sin mirar nada más que lo que observa siempre: algo lejano, muy lejano. Nosotros no lo vemos. Además, da lo mismo: es sólo un instante. La imagen se arma sola. Somos bailarines de una coreografía implacable que nos arrastra como ventarrón. A veces el ojo se detiene aquí o allá, y sólo quedan los silencios.
Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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1 Comments:
Tanta oscuridad... tanta pena tanto llanto..tanta miseria..
"tan mala la ciudad cuan miserable quien la habita"
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