
El mono araña clava su mirada en algún punto bajo del planeta. Busca una escalera para bajar a las estrellas. Su jaula es una locura impenetrable, donde el sol a veces entibia y a veces cocina.
A ambos lados de la reja hay primates. El mono araña pareciera buscar algo en los zapatos de las visitas. El habla extraña de los seres que vienen a ver se cuela entre el tejido infame del metal que los separa.
A ratos, el mono araña explota en rutinas de desborde y gritería, como para mostrar qué tan salvaje puede ser. Luego eso se le pasa y vuelve a meditar. Los simios visitantes le arrojan el maní expresamente prohibido, pero aquí nadie entiende ni hace caso. El mono araña come calladito, el sol cae, los planetas se oscurecen, cada uno vuelve a su guarida entonces.
Fotografía: Julio Castro
Texto: Pablo Padilla
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